La Batalla de Campo Grande o Acosta Ñu  fue un enfrentamiento que ocurrió durante la Guerra de la Triple Alianza, donde, el 16 de agosto de 1869, 20.000 hombres de la triple alianza lucharon contra fuerzas paraguayas constituidas de 500 veteranos y 3.500 niños.
 
En el año 1869, el ejército paraguayo estaba en retirada y 
Asunción ocupada por los aliados.
La resistencia paraguaya, cuando todo ya estaba perdido, transformó el año final de la guerra en una caza a Francisco Solano López y a los que le seguían. Domingo Sarmiento nos da un buen ejemplo de eso: "La guerra está concluida, no obstante, aquel bruto (se refiere a Solano López), aún tiene veinte piezas de artillería y dos mil perros que habrán de morir debajo de las patas de nuestros caballos". La ferocidad de Sarmiento es profética: ocurrió exactamente lo que él previó, por poco las "patas de nuestros caballos" no fueron argentinas, pero sí brasileñas.
El Duque de Caxías negándose a bailar sobre el enemigo -que él conocía en la lucha y no de lejos como Sarmiento dio por terminada la guerra en Asunción. Al entrar el ejército imperial en Asunción, el 5 de Enero de 1868, para Caxías la guerra estaba terminada; tácitamente se negó a desempeñar el sádico papel del Conde D'Eu. El comandante del ejército imperial sabía lo que era preciso para la "victoria final" sobre el ejército paraguayo. Y deja bien claro en un despacho privado al Emperador Pedro II, el 18 de noviembre de 1867:
"Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates realizados desde Coímbra a Tuyuti, muestran y prueban de una manera incontestable que los soldados paraguayos se caracterizan por una bravura, por un arrojo, por una intrepidez, y por
una valentía que raya a la ferocidad sin ejemplo en la historia del mundo".
Las palabras de Caxías no eran vanas. Sabía lo que estaba informando al Emperador, anticipando enormes dificultades y procurando evitar que el ejército imperial desempeñase el papel que, finalmente, el propio Pedro II le obligó a ejecutar bajo el comando del feroz conde D'Eu.
El soldado paraguayo, escribió Caxías, prefiere morir a rendirse; acentuó además que la moral de ese ejército ya derrotado aumenta en la derrota y cuando sus soldados están bajo la mirada de López, se sienten magnetizados, pudiendo hacer lo imposible.  "( ...) lejos de economizar su vida, parecen que buscan con frenético interés la ocasión de sacrificarla heroicamente y de venderla por otra vida o por muchas vidas de sus enemigos", agrega Caxías. Y es en ese despacho ya citado anteriormente, que Caxías denuncia el empleo del oro para la corrupción y el soborno, como política imperial:
"Vuestra Majestad tenga por bien encomendarme muy especialmente el destino del oro para concurrir al lugar y allanar la campaña del Paraguay, que viene Haciéndose demasiadamente larga y cargada de sacrificios y aparentemente imposible por la acción de las armas; pero el oro; Majestad, es materia inútil contra el fanatismo patrio de los paraguayos desde que están bajo la mirada fascinante y el espíritu magnetizador de López". La descripción del Duque de Caxías sobre el soldado paraguayo, de cierta forma recuerda lo que Alberdi ya había señalado. Sobre los soldados paraguayos, Caxías, afirmó al Emperador que siendo "simples ciudadanos, mujeres y niños" son una sola y misma cosa, "un solo ser moral e indisoluble". La guerra, por tanto, para la "victoria final" tendría que ser cruel -como fue- y no agradaba al Duque de Caxías, que informó al Emperador Pedro II:
"Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos necesitaremos para terminar la guerra, es decir, para convertir en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar hasta el feto en el vientre de la mujer?”
Con la mayoría de los hombres adultos paraguayos muertos o  capturados, debieron pelear niños, mujeres y ancianos en el ejército  para continuar la lucha contra la Alianza. Algunos niños lucharon con  falsas barbas a fin de esconder la poca edad. Ya anteriormente en los  Combates de Lomas Valentina y Piribebuy.
A las  cinco de la tarde del 13 de Agosto se puso en marcha, con rumbo a  Caraguatay, donde llegó a las  ocho de la noche del día siguiente.  De  paso, mandó fortificar la entrada de la picada que conduce a dicho  pueblo, dejando allí 1.200 hombres, con algunos cañones, a las órdenes  del coronel Pedro Hermosa.
El movimiento de la columna paraguaya de retaguardia era, y tenía que  ser, muy lento porque seguía el compás de la larga fila de carretas en  que iban los bagajes de su ejército.  La extrema flacura de los animales  de tiro hacía que aquéllas apenas anduvieran.  Y así pronto Caballero  se vio separado de los suyos, solo, en medio del enemigo, librado a su  propia suerte.  Era como el escudo del ejército en retirada, contra el  cual se estrellaría todo el poder de la alianza. 
EL INICIO
Después de la caída de Piribebuy, el Mariscal López ordenó la evacuación del campamento de Azcurra y la retirada hacia el norte. El 13 de agosto a las cinco de la tarde se inicio el éxodo de los restos del ejército en la última campaña de la guerra que no había de terminar sino en Cerro Corá
 
  
El Conde d'Eu y las principales tropas aliadas avanzaron y tomaron Caacupé el 15 de agosto, en donde, supuestamente, López se estaba escondiendo (él, en verdad, había huido para Caraguatay días antes). Para impedir que el ejército paraguayo se moviera a Caraguatay, el Conde d'Eu envió una división brasileña de caballería para el paso a Campo Grande. La división fue reforzada, más tarde, por la 2ª unidad táctica del ejército brasileño, junto con tropas argentinas comandadas por el coronel Luis María Campos.
    Ante la noticia de que una fuerte columna paraguaya se retiraba  lentamente por una picada que conduce a la llanura de Barrero Grande, el  Conde D’Eu ordenó al Mariscal Victoriano Carneiro Monteiro que marchara  rápidamente hacia el pueblo de Barrero Grande, para cortarles la  retirada, mientras él caía sobre la retaguardia de los paraguayos.
El mariscal Monteiro se alejó a las dos de la tarde del 15 de Agosto,  llegando a su destino a las diez de la noche.  Desde allí desprendió una  división de caballería, a las órdenes del general Cámara, con rumbo a  Caraguatay, que fue detenida por el coronel Hermosa. 
 
A las seis de la mañana del día siguiente se movió el primer cuerpo del  ejército brasileño, comandado por el general José Luis Mena Barreto, que  acababa de reemplazar al general Osorio.
  Dos horas después, el general Vasco Alves Pereyra, que mandaba la  vanguardia del ejército imperial, cambiaba los primeros tiros con la  retaguardia de Caballero.  A lo lejos se escuchaba la artillería  paraguaya, que rechazaba en ese momento las cargas del general Cámara en  la boca de la picada de Caraguatay.
 
 
El Conde D’Eu precipitó la marcha de sus tropas y salió con todas ellas  en Acosta-Ñu, sitio donde iba a librarse la batalla.  Los paraguayos disponían de unos 3.500 hombres y algunos pocos cañones, y  sólo contaba con un batallón de veteranos, el 6º de infantería. El  resto eran niños y ancianos. Los niños fueron disfrazados con barbas  postizas para que el enemigo los tome por adultos y les presente  combate. Su caballería era escasa y en mal estado
El general Caballero extendió su línea de batalla destacando en su  vanguardia al coronel Moreno, con dos cañones, y al comandante Franco a  la cabeza de su batallón.  Dando frente a su enemigo, continuó el  retroceso: su única posibilidad era llegar a los bosques de Caraguatay.
Moreno y Franco hubieron de soportar en seguida la presión de nueve  batallones y el fuego de numerosas piezas de artillería.  Hostilizados   en los dos flancos por regimientos de caballería, lucharon con  extraordinario heroísmo.
El mismo Conde D’Eu reconoce en su Diario de Campaña “la gran  desventaja” con que peleaban los paraguayos, por la manifiesta  inferioridad de sus armas.  “Nuestros fusiles a lo Minié –dice- llevaban la muerte hasta a sus reservas, al paso que a nuestros soldados más avanzados poco perjuicio sufrían”.
El general Caballero impidió con habilidad que sus fuerzas fueran  rodeadas y consiguió llegar a la orilla opuesta del arroyo, donde  emplazó la artillería.  El Conde D’Eu colocó sus cañones frente al paso y  abrió un nutrido fuego contra la posición paraguaya, y ordenó  una  carga a fondo sobre el puente, que fue repelida.
La batalla llegaba a su momento culminante.  Era ya mediodía, y desde el  amanecer la lucha no tenía tregua ni descanso. Se produjo una nueva  carga y nuevamente fue repelida por Caballero.  El cauce del arroyo  quedó colmado de cadáveres.  Optó entonces el ejército imperial buscar  un vado, para evitar fracasar en otro ataque frontal.
Caballero volvió a hacerse fuerte sobre el puente de Piribebuy,  conteniendo con todo éxito el avance de sus persecutores.  La tarde  inclinaba.  De pronto los paraguayos se vieron acometidos por la  retaguardia, era el segundo cuerpo del ejército brasileño que llegaba.   Se trataba de una fuerte columna de infantería, con ocho bocas de fuego,  a las órdenes del general Resín, que obligó a dividir las escasas  fuerzas de Caballero y a atender dos acometidas simultáneas.
 Los veteranos de Franco (muerto en el combate) habían desaparecido, y  con ellos el nervio principal de la resistencia paraguaya.  No le  quedaban sino niños y jinetes mal montados.
Dice Juan José Chiavenatto:   “Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla,  despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileros,  llorando que no los matasen. Y eran degollados en el acto. Escondidas en  al selva próxima, las madres observaban el desarrollo de la lucha. No  pocas agarraron lanzas y llegaban a comandar un grupo de niños en la  resistencia”……. “El Conde D´Eu, un sádico en el comando de la  guerra,“después de la insólita batalla de Acosta Nú, cuando estaba  terminada, al caer la tarde, las madres de los niños paraguayos salían  de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer los  pocos sobrevivientes, el Conde D´Eu mandó incendiar la maleza, matando  quemados a los niños y sus madres.” Su orden era matar "hasta el feto del vientre de la mujer".
 “Mandó a hacer cerco del hospital de Peribebuy, manteniendo en su  interior los enfermos – en su mayoría jóvenes y niños – y lo incendió.  El hospital en llamas quedó cercado por las tropas brasilera que,  cumpliendo las órdenes de ese loco príncipe, empujaban a punta de  bayoneta adentro de las llamas los enfermos que milagrosamente  intentaban salir del la fogata. No se conoce en la historia de América  del Sur por lo menos, ningún crimen de guerra más hediondo que ese.” (de la misma fuente- Chiavenatto. "A guerra do Paragaui)
  Caballero formando un cuadro con sus tropas se defendió como pudo hasta  que, dispersados los restos de sus fuerzas, confundido en el tumulto  inmenso de la lucha, pudo cruzar, sin ser reconocido, entre regimientos y  batallones, llevando en tras de sí a los pocos que habían escapado de  la matanza.